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sábado , 20 abril 2024

La división social que salvo los Juegos

Hace unas semanas Gran Bretaña esperaba impaciente el resultado de la votación de independencia en Escocia. El resultado de la misma fue negativo. Sin embargo, esa ruptura social recordó a la división que se vivió en la Inglaterra de Margarett Thatcher en torno al atletismo.

El país de la dama de hierro es un territorio donde las discusiones deportivas giran en torno al fútbol. La división en los pubs está en rivalidad existente entre los seguidores del Arsenal y el Tottenham, el United y el City o el Liverpool y el Everton.

Sin embargo, en los años ochenta la discusión no estaba en torno a los terrenos de juego. Estaba en el tartán, giraba en torno a las figuras del atletismo Sebastian Coe y Steve Ovett.

Ellos eran los mejores atletas del momento y dividieron a la sociedad inglesa en una disputa entre las clases sociales del país.

Sebastian Coe era un deportista educado, estricto y riguroso que se había criado en los mejores colegios del país y representaba los valores de la clase alta y poderosa. Por su parte, Steve Ovett era un atleta fuerte, explosivo y de fuerte carácter que encarnaba los ideales de la clase obrera y trabajadora que llevaba en los genes al ser hijo de una tendera del mercado de Brighton.

Ese enfrentamiento se había instalado en el mundo del medio fondo británico. Una disputa que convirtió en filón informativo cada una de sus conquistas, acciones o declaraciones. Además, la sensación de enemistad entre ambos aumentaba el interés por dicha rivalidad.

Ovett contaba con un fondo físico mayor que le permitía destacar en las pruebas de 1500 mientras que Coe, mucho más riguroso en sus entrenamientos, solía triunfar en los 800 metros. Ambos se evitaban en las competiciones nacionales esperando la llegada de la cita olímpica.

Los JJOO de Moscú de 1980 serían el escenario perfecto para mostrar al mundo su rivalidad. Una pugna que se situaba como el conflicto estrella del evento tras la decisión de EEUU de no acudir debido a la ocupación de Afganistan por parte de las tropas soviéticas. En plena guerra fría, el mayor evento deportivo del mundo corría el peligro de desaparecer.

Era el turno de Coe y Ovett. En la prueba de los 800 metros Sebastian Coe se equivocó de estrategia al correr siempre por la misma calle y lejos del grupo que lideraba su rival, una situación que permitió a Ovett llevarse la prueba con comodidad a pesar de un último intento de su compatriota con un ataque en los últimos metros que no inquieto al de Brighton.

El “atleta de los poderosos” iba a fracasar en los juegos ya que la prueba de 1500 era favorable a Ovett. Sin embargo, el ataque inicial del alemán Straub pilló de sorpresa a los finalistas donde sólo Sebastian Coe pudo pegarse a sus talones. Demasiada distancia para el especialista que vio cómo su rival lanzaba un ataque demoledor a falta de 200 metros. Los papeles se habían invertido.

La lucha entre ambos hizo que millones de personas se pegaran al televisor para no perder detalle de la misma, un enfrentamiento que provocó que las Olimpiadas se revalorizaran. En 1980, cuando el futuro de los juegos estaba destinado al ostracismo, la disputa social de Inglaterra había salvado la cita olímpica.

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