En la historia, los grandes personajes que se recuerdan son aquellos que alcanzaron su fama gracias a su talento. Una circunstancia que también se produce en el mundo del fútbol.
Los jugadores que son evocados, a menudo, por los amantes del balón son aquellos que destacaron por su talento innato. De esta manera recordamos, por ejemplo, los cambios de ritmo de Cruiff, la elegancia de Beckenbauer, la omnipresencia de Di Stéfano o la técnica exquisita de Zidane.
Dichos jugadores entraron en el Olimpo del fútbol por destacar en su época pero, sobre todo, por su talento en algunas de las facetas del juego. A su lado y, para llegar a la cúspide, necesitaron el trabajo incansable de obreros a su servicio.
Hace ya 20 años debutó un currante que alcanzó la gloria. Dicho futbolista consiguió ser recordado por su empeño en estar a la altura de los mejores, por su trabajo constante y su tesón por alcanzar la gloria. Ese jugador que entró en el reino de los elegidos con el 7 a la espalda no es otro que Raúl González Blanco.
El 29 octubre 1994 se produjo “su nacimiento profesional” en la Romareda. Fue el momento del debut de otro canterano del Real Madrid pero, ese día, vino al mundo del fútbol uno de los mejores jugadores de la historia del club blanco.
A partir de ese instante fue quemando etapas en su ascenso hacia la cúspide del fútbol. Una escalada donde nunca destacó por su facilidad goleadora, por su técnica o su velocidad. Se ganó a los aficionados y a los críticos por su trabajo físico, por su tesón e inteligencia (era de los pocos delanteros que esperaba el rechace o error del rival).
Raúl nunca ha sido un jugador elegante, ni técnico. En su evaluación para estar entre los grandes hay que destacar que, en las calificaciones de las cualidades de los genios, tendría un aprobado alto en “cada asignatura” que compensaría con su matrícula de honor en el trabajo y la entrega por el equipo.
En este momento se cumplen 20 años de su debut, del inicio de la carrera del obrero quese ganó la gloria. Una entrada en el Olimpo ganada a base de esfuerzo y trabajo incansable. Un tesón que le sigue manteniendo en activo, con 37 años, ya que aterrizará próximamente en el New York Cosmos estadounidense donde dará sus últimas lecciones sobre el césped, donde seguirá enseñando que, a falta de talento innato, el trabajo diario es una vía segura hacia el éxito.