Año 2014. Marc Márquez copa todas las portadas del motociclismo tras la conquista de su segundo título mundial en Japón. El piloto catalán es la estrella emergente de un deporte donde compite con campeones de la talla de David Pedrosa, Jorge Lorenzo o valentino Rossi. El piloto italiano se ve reflejado en el piloto de Cervera. La destreza del catalán sobre la moto permite evocar al de Urbino sus éxitos de juventud.
Esta temporada él ha sido uno de los grandes rivales para Marc Márquez en su camino a la gloria con carreras espectaculares y duelos al límite como el vivido en el pasado premio de Japón.
Un cetro de mando que paseó durante largos años el “doctor” de Urbino. Una corona de laurel que permiten a Valentino Rossi ser miembro del triunvirato que rige este deporte junto a su compatriota Giacomo Agostini y el español Ángel Nieto.
Sus nueve títulos (uno en 125, otro en 250 y siete en la categoría reina (uno en 500 y seis en Moto GP)) son los trofeos que engalanan el palmarés del Sumo Pontífice italiano.
Un museo de la gloria cuyo secreto está basado en la mezcla generada entre la inteligencia y la destreza, entre su capacidad para adelantarse a los acontecimientos y su locura. Una “bendita demencia” que permitieron al doctor inscribir su nombre en la gloria del motociclismo con tan sólo 18 años cuando en 1997 ganó su título de 125 cc.
Tras despuntar las categorías inferiores el inicio de la leyenda comenzó en el año 2001 a lomos de su Honda. El italiano necesitó un año para adaptarse a la categoría reina que gobernó con puño de hierro sobre la máquina japonesa durante tres temporadas consecutivas.
El italiano estaba en la cima del mundo. Sin embargo, sus detractores criticaban que sus triunfos venían precedidos por tener la mejor moto del circuito. Las dudas en torno al italiano provocaron que llegara la hora de demostrar al mundo su condición de emperador.
A finales de la temporada 2003, decidió fichar por el gran rival de Honda, se enroló en las filas de Yamaha. La otra gran firma japonesa puso en sus manos la Yamaha YZR-M1 con la que demostró al mundo que era el mejor piloto del momento y que la moto no era la responsable de su reinado. El doctor firmó el contrato para ser el nuevo Dios del Motociclismo el 17 de octubre de 2004. Rubricó que quien lograba las historias era él y no su máquina.
Su segundo matrimonio deportivo fue a la larga su verdadero amor. Con la firma japonesa lleva conviviendo ocho temporadas interrumpidas durante dos años por un fugaz romance con su compatriota Ducatti. Con Yamaha conquistó otros dos títulos tras los cosechados con Honda. Cinco títulos consecutivos que hacían presagiar que su reinado no tendría fin.
Sin embargo, las lesiones y el trabajo de sus rivales bajaron al piloto de Urbino a la tierra tras ver como Nicky Hayden primero y Casey Stoner después le robaban su gloria. Su testarudez y locura obligaron al italiano a trabajar duro para volver a ponerse la corona de laurel durante dos temporadas consecutivas.
En 2011, Rossi quiso probar su capacidad para seguir ganando con otra máquina. Dejó el Lejano Oriente para pilotar una moto de su país, regresó a casa de manos de Ducati.
Su decisión de cambiar vino precedida por el final de su gloria. La adaptación a la nueva moto unida a la aparición de los pilotos españoles (Jorge Lorenzo, Daniel Pedrosa Marc Márquez) certificó el fin de su reinado.
Aun así y a pesar de ser consciente de que su gran momento ya pasó. Su testarudez y locura le obligan a seguir compitiendo por alcanzar la gloria, un olor a victoria que saborea cada vez menos.
Sin embargo, su espíritu rebelde aún nos permite ver en ocasiones al gran Doctor. Ese que sigue siendo venerado por sus compañeros de parrilla, el mismo que el 17 de octubre de 2004 certificó que el piloto es más importante que la máquina.