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El España Francia iba no era un partido más. Eran los cuartos la lucha por entrar en semifinales pero por encima de ello era una cuestión de orgullo. Devolver al país de Rousseau, Montesquieu o Voltaire todas las burlas y críticas falsas e inventadas a nuestros deportistas por no querer reconocer nuestra superioridad en la elite del deporte.
La victoria de los Xavi, Iniesta y compañía fue el culmen de una venganza que comenzó Nadal con su conversión en mito en la tierra parisina y una victoria por Contador y por un país que ahora mira a su vecino por encima del hombro, ahora Francia transmite una de las cualidades más bajas del ser humano, la envidia.
En lo puramente futbolístico España fue mejor por ser fiel a si misma. Primero humilde y después por sacar los instintos de una generación que no sabe jugar al fútbol sin el elemento principal, el balón. Así fue un encuentro donde la roja toco y toco todo lo que quiso ante la Francia de Blanc que renunció a su espíritu para jugar a una cosa que no sabe hacer, defender.
Con esa idea a Francia no le toco otra que correr en busca de un balón que no encontró salvo en acciones aisladas y que ese desgaste físico abriese huecos para que España encontrase las redes de Lloris gracias a los huecos de una defensa resquebrajada que no vio entrar a Alba como tampoco a Xabi Alonso entrar cual nueve goleador para cabecear al fondo de las mallas el balón. Xabi Alonso se ganó en los cuartos la gloria que sólo saboreaban los Xavi, Iniesta o Cesc en primera persona. En los cuartos al tolosarra se le reconoció su merito en un juego donde hace de desatascador cuando el 8 de España no parece. Él abre los partidos con sus pases al pie desde 30 metros emulando al guante Beckham o con su fuerza en defensa y ataque con su llegada a través de su tiro lejano.
A raíz de su gol llegaron los mejores minutos de España ante una Francia que se fue apagando y convirtiendo en sus muñecos, los guiñoles con los que intentaron reírse de España. El combinado de Del Bosque se burló como Nadal donde importa en el terreno de juego con el que llegó el segundo de Alonso tras un penalti a Pedro cuando España reía y Francia lloraba.
Con el pitido final la realidad se impuso a la fantasía y la ficción y el juego de toque nuestra nueva gran seña de identidad fue el autentico líder de nuestro pase a semis, del triunfo del orgullo.
