La gran parte de los deportes que existen en el mundo son seguidos por una gran cantidad de personas que los practican diariamente. El fútbol y el baloncesto representan a la perfección dicha situación. A la sombra de ellos surgieron otros juegos en donde la clase alta y poderosa se sintiera identificada y separada de los demas estamentos de la sociedad.
Entre estos deportes se encuentran el golf y el tenis. Ambos destacaron por ser los exponentes de las clases poderosas donde sólo podían entrar los elegidos de la sociedad.
Históricamente el deporte de la raqueta ha acogido como valores propios la distinción, la elegancia o el gusto y cuidado por los mínimos detalles. Los grandes torneos de este deporte permiten revocar dichos pilares.
Campeonatos como el Gran Slam de Wimbledon mantienen intacto ese gusto por lo clásico, por lo tradicional. El cuidado de sus instalaciones o el mantenimiento de los elementos históricos (como la obligación de que todos los jugadores deben vestir de blanco) reducen a lo estrictamente necesario el uso de los avances tecnológicos.
Un gusto por lo diferente, por lo distintivo que se transmitió a las pistas de juego donde los aficionados a este deporte han valorado por encima de todo la esencia de los pequeños detalles. Para ellos, la ejecución de un golpe perfecto transmite una mayor belleza que el esfuerzo por alcanzar una bola.
La exaltación de la clase ha permitido distinguir históricamente a las mejores raquetas del mundo. Prueba de ello es que el mejor tenista de la historia es Roger Federer. El jugador suizo representa con su juego los valores de esa clase elitista que creó este deporte. Su depurada técnica, su capacidad para colocarse sobre la pista para poder llegar todas las bolas por su elegancia al ejecutar los golpes mantienen vivo el clasicismo del tenis.
Frente a esa vertiente clasicista, este deporte se ha visto obligado a abrir sus férreos reglamentos para poder aumentar su peso dentro de la sociedad. De esta manera, se han ido creando torneos que se sitúan a la altura (en el grado de importancia) de los clásicos pero que representan otros valores. Campeonatos como la Copa de Maestros o los Masters 1000 han evolucionado hacia los avances tecnológicos que se encuentran instalados en la sociedad. Con ellos, nació la corriente modernista que existe en el tenis actual.
Con esta nueva revolución, las pistas de juego han experimentado un cambio en el estilo de juego que es representado algunos jugadores. Estos nuevos profesionales han creado un estilo de juego donde se mezclan los elementos técnicos con otros la fuerza y el esfuerzo .Una nueva forma de juego que evoca los valores del guerrero.
El principal referente de este estilo de juego es el español Rafael Nadal. Su tesón, su esfuerzo constante o su garra transforman el tenis en una lucha constante donde el único camino hacia la victoria está en derribar con trabajo la clase del enemigo. El balear parece representar esa parte de la sociedad a la que no se le permitía acceder a dicho deporte.
Esta constante evolución ha generado una ruptura en el mundo del tenis. De este modo, el enfrentamiento actual está anclado en el duelo entre lo clásico y lo novedoso, entre la elegancia y el esfuerzo, la técnica y la fuerza, en definitiva, entre la lucha del poeta contra el guerrero.
Esa fragmentación del mundo del tenis es encarnada en las pistas por jugadores como Federer y Rafael Nadal. Una lucha que, tras el triunfo del suizo en Shangai, aviva la disputa entre las corrientes clasicistas y modernistas por la supremacía del tenis.