Habrá final española. Ferrer y Nadal se volverán a ver las caras de nuevo, pero esta vez no será un duelo cualquiera. Será la Final. La tierra batida, el polvo de ladrillo es el santuario del tenis español por tradición y jugadores se ha convertido a base de talento en la seña de identidad de la raqueta patria. Sin embargo, el gran Coliseo, el Taj Mahal de esta superficie esta en Paris, la ciudad de la luz, donde se erige la Torre Eiffel y llevado al tenis la Philippe Chatrier, sede de Roland Garros.
Si, este escenario acogerá el duelo que coronará al más grande en la tierra y este año será de nuevo español. El alicantino y el manacorí podrán cara a un éxito tenístico español como ya hicieran Costa y Ferrero en 2002, Moya y Corretja en el 98 y los pioneros Bruguera y Berasategui en 1994.
Nadal y Ferrer símbolos de la garra tenística llegan al duelo definitivo dejándonos el vello de punta, haciéndonos saltar de nuestros asientos ante los detalles de cada golpe, de cada punto.
El emperador manacorí que ya lleva 7 torneos de Roland Garros hizo gala ante Djokovic de su juego, su concentración, su fuerza. Un partido que dominó y en el que sólo inquietó el serbio en pequeñas fases donde sacaba a relucir su técnica como en el segundo set. Todo iba bien hasta el cuarto, cuando todo estaba a favor de Nadal volvió a colocarse su venda. Ese muro mental que ha tenido desde el ascenso de Djokovic y que no le permitía superarlo. Hay vimos su miedo a ganar, a desquitarse de esa pesadilla que el instaló en Federer y por momentos vimos a sus fantasmas. Unos fantasmas que se acrecentaron cuando cedió su saque en el inicio del quinto set. Desde entonces vimos su derrota en su corazón pero no en su mente que lo llevo a remontar y empatar a cuatro el set para comandarlo y llevarselo asi como el partido gracias al 9-8 definitivo con el que Nadal volvió a ser el Nadal, el dueño de la tierra y sobre todo el de su corazón.
Ferrer es la definición de lo que es un ejemplo de superación. No ha cedido un set en todo el torneo y ha demostrado que la constancia acaba otorgando su premio. Un sueño que logró tras enfrentarse a la bestia francesa personificada en Tsonga. La ilusión de la torre Eiffel de coronar tras 30 años a un jugador local se desvaneció cuando el de Javea saco su látigo para domesticarlo y convertirlo en un jugador entregado a quien la presión lo pudo hasta acabar abucheado por los suyos al ver que no pudo comerse al gladiador hispano. Un feo gesto de un público que cada año que pasa demuestra que no merecen albergar un Grand Slam.
La raqueta española forjada a base de horas sobre polvo de ladrillo por grandes maestros como Santana, Gimeno, Bruguera, Costa, Ferrero o Moya será portada por Ferrer y Nadal, los nuevos señores de la tierra. Será una final donde la pasión pondrá la esencia de la misma y el poder mental el campeón. Un choque en el deberán superar el miedo de coronarse en Paris por primera vez y vencer a su bestia negra (Ferrer) o bien luchar por convertirse en el más grande superando a Bjon Borg (Nadal). Los trabajadores de la corte de Roland Garros esperan ya para poner la silla de un nuevo rey o colocar más oro sobre la del emperador.