Ayer, la sociedad española “desayunaba” con las consecuencias de la reyerta mantenida en Madrid por miembros del Frente Atlético, Riazor Blues, Bukaneros y Alkor Hooligans. Una batalla campal que se saldó con el fallecimiento de un miembro de los Riazor Blues y más de una veintena de detenidos.
Una víctima de una pelea cuya relación con el fútbol mancha la imagen ofrecida por el mundo del balón y, reabre el debate del tratamiento que debe darse a este tipo de grupos denominados violentos.
Una forma de actuar que, para casi la totalidad de las instituciones, debe pasar por la expulsión de dichos grupos del mundo del fútbol.
“Peñas futbolísticas” con marcada ideología política de diversos extremos (derechas o izquierdas” ) que ponen en duda el hecho de si para dichos miembros el apoyo a su equipo es el principal motivo para formar parte de la misma. Una incognita generada por los antecedentes delictivos de muchos de los integrantes de este tipo de grupos.
Lo acontecido en Madrid es el extremo opuesto de los valores que quiere transmitir el mundo del fútbol, ideales como el respeto o la limpieza en el deporte que, en muchas ocasiones, cae en el olvido dentro de los estadios de fútbol.
Así las cosas, en muchos campos aparece la figura de exaltados que utilizan “su amor por su equipo” para justificar actos violentos tales como insultos, lanzamiento de objetos al rival o el enfrentamiento físico.
Equipos como el Barcelona o el Real Madrid han sido algunos de los clubes que ya han expulsado a grupos violentos ligados a la institución como ponen de manifiesto la ruptura de relaciones con los Boixos Nois o los Ultras Sur. En el polo opuesto, otros clubes se muestran por el momento reacios a actuar ante este tipo de organizaciones.
Sin embargo, la reyerta entre aficiones protagonizada ayer en Madrid ha provocado que el Consejo Superior de Deportes haya al fin decidido liderar la lucha por erradicar estos grupos violentos del fútbol español. Un compromiso donde la comunión entre la justicia y los clubes resulta fundamental para que la expulsión de las organizaciones ultras de los estadios sea una realidad.
La implicación en este punto busca la realización de “una limpieza” del mundo del balón para que valores como el respeto prevalezcan ante cualquier amenaza, para que la violencia no vuelva a manchar la imagen ofrecida por el fútbol español.