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Dicen que el dinero no da la felicidad pero, en el ámbito profesional, esta circunstancia impera en muy pocas ocasiones. En esa faceta de la vida de cada persona el dinero es, en la mayoría de las ocasiones, vital para sentirse realizado y valorado. Así las cosas, regresar a los orígenes laborales por amor resulta altamente improbable. Si trasladamos este hecho al futbol, la probabilidad es prácticamente remota.
Por ello, en el mundo del balón los regresos suelen producirse, únicamente, cuando el jugador encara la recta final de su trayectoria profesional y los años que le restan por seguir dando patadas al balón son escasos.
De esta forma, casos como el de Carlos Tévez que vuelve a casa estando en la cresta de su ola profesional y siendo la estrella del subcampeón de Europa adquieren un cariz de utopía mucho mayor.
El regreso del Apache a su Boca Juniors se basa, simple y llanamente, en amor por un club y unos colores. El propio delantero afirmó tras conocerse la noticia que regresaba a casa “para salir campeón y ganar a River.” Esa renuncia a seguir siendo uno de los referentes del futbol europeo para convertirse en Rey de un proyecto de menor envergadura ha encumbrado a Tévez a los altares del club de Buenos Aires.
Este fin de semana y, tras ver como la hinchada xeneize se vino abajo hace quince días para celebrar el regreso del hijo prodigo, Boca ya es líder de la liga Argentina bajo un liderazgo del Apache que ha agradecido hasta el DIOS de la Bombonera; Diego Armando Maradona.
Con su regreso a casa, Carlitos ha roto las directrices del futbol actual que tiene como pilares fundamentales el éxito a través los títulos y los elevados emolumentos.
En definitiva, su vuelta a Boca mantiene la esperanza de que el amor por unos colores pueda con el dinero, una vía que deja abierta la puerta abierta al regreso del sentimentalismo en un fútbol económico en el que se ha convertido el mundo del balón.
